LOS SHAPIS


 En el distrito de Chupaca, capital de la provincia del mismo nombre, la Santísima Cruz de Mayo o Tayta Mayo es venerada a través de una de las expresiones culturales más emblemáticas de Junín: la danza guerrera de los shapish, declarada Patrimonio Cultural de la Nación en el 2006. Practicada por centenares de chupaquinos, el reto es que se difunda en el ámbito nacional y que más personas la conozcan.Sobre los orígenes de esta danza festiva y enérgica existen varias versiones. Una de ellas plantea que es fruto del contacto de las tribus selváticas con los wanka chupakos, antiguos pobladores que al ser derrotados por los incas tuvieron que huir a las montañas del Huallaga. Después de varios años volvieron triunfantes con nuevas costumbres.
SIMEON ORELLANA: Investigador del folclore de Junín, sostiene otra versión. Un grupo de mitimaes de Huancayo, que viajaba constantemente a la selva para sembrar coca, cada cierto tiempo volvía con diferentes manifestaciones para enseñar a las nuevas generaciones, como la danza de los shapish, que se practica en honor a la Santísima Cruz de Mayo.
Aquilino Castro Vásquez, historiador local, sostiene que esta versión no tiene bases históricas que la respalden y cree que el origen de esta danza es una creación de los chupaquinos por imitación de los mitimaes Cañaris, Chachapoyas y Yaguas, grupos que los incas trasladaron al Valle del Mantaro. Conjuga con esta versión el hecho de que es frecuente encontrar en los pueblos andinos vecinos a las zonas de selva diversas danzas que recrean al poblador amazónico.


Cada barrio presenta una o dos pandillas de Shapish, cada una compuesta por seis danzantes llamados caporales. Dirige la pandilla el mayordomo, principal oferente de la fiesta, que pasa ese año el cargo en homenaje a la cruz. Rodean la pandilla los negros, guardaespaldas de los Shapish, que con características similares a las del chuto, se ocupan de abrir paso y poner las notas de humor dentro de la fiesta.
Cada pandilla tiene su propia orquesta wanka típica, la que a lo largo de los días interpretará incansablemente la música del Shapish. Se trata de una hermosa y compleja melodía de aproxi­madamente doce minutos de duración con partes rigurosamente definidas, al igual que la coreografía que se desarrolla en tres partes: la escaramuza, momento en que se recrea un enfrentamien­to entre dos columnas de guerreros, se desenvuelven los danzantes con pasos firmes, acentuando el ritmo marcial y haciendo restallar las flechas. El cambio a la siguiente fase de la danza se produce cuando uno de los Negros irrumpe en el grupo robándose las flechas. Empieza entonces la Qachwa, zapateo similar al del huayno, donde los danzantes retoman la identidad propia de la zona, para luego dar paso a un zapateo febril llamado Chimaycha, con el cual termina la danza. Se desata entonces el Sacudimiento de polvo, suerte de breves enfrentamientos entre los Negros, en los que se golpean duramente con látigos de cuero.
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Lleva el rostro cubierto por una máscara labrada en madera de maguey pintada de rojo intenso y adornada con bigotes y cejas dorados. Sobre la frente una mascaypacha también llamada shupash huayta, roja y bordada, coronada con un largo penacho de plumas de pavo real. Sobre el cuerpo lleva una cushma, túnica multicolor llamada así porque evoca el traje típico de los pobladores de la selva, que cubre al danzante hasta la mitad de la pantorrilla. Decorada por elaborados bordados en alto relieve, bajo la cushma se puede ver las blondas del final del calzoncillo. Cuelgan sobre el traje diversos amuletos, al gusto de cada bailante y bandas de semillas y plumas de aves selvá­ticas. En la mano derecha lleva el Shapish un elemento de la selva, generalmente un pequeño animal tallado en madera. En la mano izquierda lleva flechas y lanzas selváticas. Sobre la espalda una canasta donde ha recogido frutas y carga a los hijos que trae como producto de su mestizaje con la mujer selvática.
Todo este conjunto hace del Shapish un personaje llamativo, miste­rioso y cautivador, pleno de elementos alegóricos y vistosos.
El Negro viste con pantalón de montar, botas altas atadas con pasadores y saco. Lleva sobre el rostro una máscara de badana negra y sobre la cabeza sombrero de paja. Su rol de guardianes se expresa cabalmente en el manejo de largos fuetes de cuero trenzado.
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El 3 de mayo por la mañana la iglesia matriz de Chupaca acoge a las cruces venidas desde las capillas y a decenas de cruces caseras traídas por los devotos, todas luciendo nuevos mantos bordados. Es la misa para la bendición a las cruces. Luego de la misa salen en procesión las cruces cargadas por los Negros y acompañadas por las pandillas de Shapish y la multitud de fieles. Al término de la procesión las pandillas continúan su recorrido, bailando por las calles y recibiendo los convites, opíparos agasajos con los que los amigos y parientes contribuyen con el mayordomo y los caporales, renovando el antiguo principio del ayni, compromiso de solidaridad que rige al ayllu andino. El 4 de mayo se desarrolla el concurso de Shapish, para el cual las pandillas se preparan esmeradamente.
Los convites se suceden a lo largo de los días y en uno de ellos se convocará a los caporales y mayordomos que tendrán la responsabilidad de la fiesta el próximo año. Sobre una mesa un Shapish dirige un discurso, sátira de los caporales que no han cumplido con las expectativas del barrio. Se entrega entonces a los nuevos Shapish la masca­ypacha como símbolo de su compromiso. La continuidad del ciclo queda garantiza­da: los chupaquinos seguirán venerando a sus cruces y contándonos su historia a través de la danza.



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